lunes, 23 de enero de 2017

Explorando Lo Incomprensible

Ceguera y otros males

  Aproximadamente una vez al mes, me acuerdo de la novela de Jose Saramago "Ensayo sobre la ceguera". Una vez al mes, después de una charla que no dura más allá de 10 minutos, me siento como la protagonista de su novela, esa única persona que aún puede ver. Y durante esos 5 o 10 minutos otra imagen surge en mi subconsciente, siempre coincidiendo con la interrupción de la conversación por alguien que abre la puerta, una imagen que mostraré más adelante y que es consecuencia de ese primer sentimiento, la percepción de que quién me está hablando ha dejado de ver.
 
 
   Lo que ahora diré es algo que siempre, desde que ejerzo esta profesión, me acompaña y que apenas he podido desechar de mi pensamiento, salvo en  contadas ocasiones que se configuran como excepciones que confirman la regla; una idea que me ha conllevado más cuestionamientos que adherencias y que espero que no se vuelva en mi contra nunca.
 
  No llego a comprender cómo en nuestras organizaciones parece que cuando alguien más alto llega mayor es el nivel de ceguera que le sobreviene, de pérdida de visión de la realidad. Y no es que lo vea todo desde otra perspectiva, no, sencillamente lo que ocurre es que deja de ver. O, quizás también, que mira hacia otro lado. Pero no es un girar la cabeza voluntario ni una ceguera fingida, o al menos así lo quiero creer; hay algún componente en esa altitud que convierte la realidad en invisible, que la hace transparente a la mirada elevada, como si desde dicha altura todo disminuyera tanto en tamaño e importancia que dejara de ser perceptible. Tal vez sea la altura misma la que conlleve esta patología y ocurra como en esos documentales en los que se nos muestra la Tierra desde el espacio y no vemos más que paletadas de colores envolviendo una esfera; o como nos ocurre a todos, cuando desde nuestro antropocentrismo prepotente miramos atentamente la Naturaleza y somos incapaces de ver y valorar la vida que en ella discurre.
    Es un mal de altura, un emborrachamiento posicional, una pérdida de visión central y periférica en la que sólo queda la visión de una fina línea, allá en el horizonte, un horizonte que no es más que la línea que separa el campo de visión del elevado frente al resto.
 
 

  Y es que esa ceguera es una ceguera que se contradice con la clarividencia de aquellos que se mantienen en su posición, de aquellos que estan viendo la realidad tal y como es porque la tienen frente a sus ojos; porque para ellos no hay una línea de horizonte pura sino un constante golpear de la mirada en la cruda realidad del día a día. Ellos son los que ven y, en cambio, son los no vistos. Y porque ven pueden decir, poner nombre a eso que ven: inseguridad, escasez de recursos, minusvaloración, sobreactividad, descoordinación, burocratización... desidia. Y sí, levantan la voz para ser oídos en su decir, en su nombrar. Pero, queda tan lejos la posición elevada... que apenas un murmullo llega hasta ahí.
   "Hay que estar aquí arriba para saber qué es lo que se ve, cómo de insoportable es el vértigo que provoca ver lo que está allá abajo y lo difícil que es mantener el equilibrio del conjunto". Sí, es una respuesta que se me podría dar. E insisto, en ocasiones así lo creo; estoy seguro de que provoca vértigo ver lo qué sucede desde allí, que provoca vértigo ver, que es difícil mantener el equilibrio en una tabla en la que las fuerzas balancean constantemente de un lado al otro. Pero, ¿tanto cuesta aceptar que lo que se ve desde allí es lo mismo que todos vemos? Somos tan débiles que, estoy seguro, nos conformaríamos con que ese ver compartido fuera también dicho, nombrado, que fuera participado por todos y así, tal vez, entre todos pudiéramos cambiar el peso de esa realidad. Y lo sabemos, cuando eso ocurre lo sabemos, somos conscientes de ello. No nos importa la altura, nos importa la visión del que allí está; no nos importa si el organigrama es vertical u horizontal, nos importa el campo visual de todos sus integrantes.
 
  Y aquí aparece la segunda imagen, la que me provoca la habitual presencia de otros a medio camino de la cumbre. La imagen la hemos visto multitud de veces: grandes mamíferos con pequeños pájaros sobre ellos, picoteando (no hace falta adjuntar la imagen). Simbiosis o mutualismo, así es como se define y como conviven ambos, en interacción, beneficiándose y mejorando el uno gracias al otro. La imagen es ésta pero con una pequeña diferencia.
 
   Hay una presencia constante de personajes alrededor de quien sustenta la elevación. Suelen ser personajes que han pasado por diversos niveles en ese ascender, niveles de un mismo peldaño que nunca sube ni baja, cual escalera de Escher, y que los mantiene siempre en un constante ir y venir por el rellano.
  Esa ceguera de que he hablado se refuerza o no, mejor, se transforma en una percepción deformada de la realidad como si se sufriera de una coroiditis parasitaria. Parasitaria, esta es la pequeña diferencia.  No sólo la altura produce ese tipo de ceguera paulatina sino que aún viendo, en ocasiones, este ver es un ver distorsionado, una deformación de la realidad fruto de esas presencias constantes parasitarias; parasitarias porque aquí no podemos hablar de mutualismo o simbiosis, no se benefician ambos de esa relación. Aquí sólo hay un beneficiario, el parásito que con su discurso siempre dirigido a afirmar las opiniones del otro, se aferra con esas palabras bien pensadas cual escólex con sus ganchos. Es una falsa veneración que sólo busca el crecimiento propio a costa de aumentar más y más la visión deformada y/o ceguera del parasitado. Ningún beneficio saca éste de la lisonja diaria a que se ve sometido. Porque ¿qué beneficio puede reportar el rodearse de personas así? ¿No es mejor seguir lo que dice el dicho "Un hombre inteligente es aquel que se rodea de gente más inteligente que él"?. Y, claro está, no ve lo que los demás ven, la categoría de los que le rodean. Y aquí otro dicho, esta vez de El Quijote:
"Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia, otros por el de la adulación servil y baja, otros por el de la hipocresía engañosa, y algunos por el de la verdadera religión".
 Por favor, abrid bien los ojos, espantad esos pájaros que os ciegan con su picotazos simulando quitaros las legañas, no os dejéis abrumar por sus palabras aduladoras, vuestra posición es la mejor para ver y hay mucho por visualizar. Preguntaros qué beneficios os reportan las sombras que os acompañan y os oscurecen, que son muchas, y a qué tipo de personas pertenecen de las dichas por Don Quijote. Y acompañad vuestra mirada con la mirada de quienes ven la cotidianidad. Son ellos quienes saben a ciencia cierta.
 
 
 
 
 

3 comentarios:

  1. Clarisima entrada Jaume... creo que una cosa que debería enseñarse en las escuelas de directivos es a "esquivar" los mensajes aduladores y deformadores de la realidad pero hete aquí que para empezar es extraño que a los directivos los formen "antes" de serlo... y claro luuego ya es tarde para identificar a la clase de parásitos que les ciegan.

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  2. Gracias por tu lectura y tu reflexión certera. "Formar antes de ser", un principio denostado origen de muchas carencias.

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  3. No son ciegos.Miran hacia el lado del reconocimiento, del cargo, del currículum, de un salario más elevado con menos horas de trabajo. La situación, es que en pleno XXI tenemos debates del XIX .
    http://minumerotrece.blogspot.com

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