domingo, 24 de mayo de 2015

Míster P.

Todo tiene una explicación... (relato a modo de Robert L. Stevenson)


 "De pronto  comencé a percibir con mayor claridad de la que nunca se haya imaginado la inmaterialidad temblorosa, la efímera inconsistencia de este cuerpo que es nuestra vestidura carnal, de este cuerpo en apariencia tan sólido. Hallé que ciertos agentes tenían la capacidad de alterar y arrancar esta vestidura del mismomodo que el viento agita los cortinajes de unos ventanales."
"El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde"  Robert L. Stevenson

  Como cada mañana, JR se sentó en la cama dispuesto a ponerse las zapatillas y a dirigirse al baño. Se desperezó bostezando, buscó el calzado con los pies por el frío suelo mientras palpaba en la mesilla de noche para encontrar sus gafas. Algo, en ese momento, notó de extraño, algo que no era como todos los días. Con su mano golpeó el despertador e intentó coger el estuche de las gafas, ambos cayeron al suelo. Estaba claro, ese iba a ser un día distinto. Se dirigió tambaleante, como siempre, hacia la puerta del baño, encendió la luz y, antes de entrar, abrió el armario en busca de su ropa interior. La dejó sobre el mármol, sacó del estuche las gafas y se las puso. 
  "No me miré al espejo sino un instante (...) Me restaba averiguar si había perdido mi identidad para siempre y tendría que huir antes del amanecer de aquella casa que ya no era mía".
  Levantó la cabeza e intentó mirarse al espejo con los ojos entrecerrados, la luz era más intensa que de constumbre. Lo que vió, o mejor dicho, a quién vió fue a un desconocido. Fueron uno o dos segundos, pero la expresión que vió reflejada en el espejo durante ese tiempo le pareció la de un extraño. No se reconoció, los ojos no miraban, la boca se desdibujaba en una curvatura descendente dándole a la imagen un aire de inexpresividad. ¿Quién era? ¿Dónde estaba yo?, se preguntó. ¿Tan pronto? ¿Ya había llegado la hora? Por fortuna, fue un instante que desapareció del mismo modo que llegó. Ahora sí, volvía a ser él, se reconoció frente al espejo. No, aún no era el momento. Volvía a ser JR. Aunque lo que sí permaneció de esa experiencia fue ese temblor fino y no aceptado aún de la mano izquierda.  
  Lo tenía cada mañana, invariable, persistente, recordándole que estaba ahí desde hacía ya 5 años. Si se fijaba en él era capaz de vencerlo momentáneamente, de eliminarlo. O eso creía. Algunas mañanas, por el contrario, tenía que hacer un esfuerzo titánico por no dejarse llevar y sucumbir al temblor en toda su expresión. Y aquella, era una de esas mañanas. Sabía que, lentamente, eso iría ocurriendo, que irían surgiendo nuevas manifestaciones: P. intentaba abrirse paso, lentamente, y pretendía sustituirle.
  "Había algo extraño en mis sensaciones, algo indescriptiblemente nuevo... En mi interior experimentaba una fogosidad impetuosa (...) sentí que se disolvían los vínculos de todas mis obligaciones y una libertad de espíritu desconocida, pero no inocente, invadió todo mi ser" "...deseos y anhelos comenzaron a torturarme como si dentro de mí Hyde luchara..."
  A medida que transcurría el día, JR intentaba no dejar ver a P., intentaba controlarlo en su interior. A veces, el pie izquierdo golpeaba arrítmicamente el suelo y no era, hasta que alguien se lo hacía notar, consciente de ello. En otras ocasiones, se mostraba inquieto, algo en su interior pugnaba por salir, y notaba su mente abotargada, inconexa, como si sus neuronas quisieran dispararse, sin criterio alguno, en todas direcciones. Temía que, en cualquier momento, se pudiera descontrolar. Para evitarlo intentaba concentrarse en lo que estuviera haciendo, se colocaba los auriculares, ponía alta la música y se iba lejor, intentaba huir, mentalmente, de allí. Cuando no lo lograba, llegaba a la noche exhausto y, ya en la cama, con los ojos cerrados, aún notaba su mente cabalgar desbocada y, siempre, siempre aquel ligero temblor...
  "Renuncié resueltamente a la libertad, a la relativa juventud, a la ligereza (...) llevé una vida tan severa como nuncca lo hiciera anteriormente y disfruté de las compensaciones que proporciona una conciencia satisfecha".
  Procuraba no ir a lugares donde pudiera haber mucha gente, le daba la impresión que todo el mundo lo miraba. Caminar no le apetecía, P. le distorsionaba el paso con el suyo, hacía que se cansara rápidamente y si el camino presentaba ligeras subidas, le obligaba a jadear y le enlentecía aún más su marcha. Si no había más remedio que desplazarse para asistir a algún acto social o familiar, lo hacía con la mano izquierda en el bolsillo del pantalón para así poder disimular el temblor y la extrañeza en el andar, que ya hacía tiempo también que P. le había usurpado. Tenía tendencia a chocar con quien viniera de frente: P. le obligaba a hacerlo; perdía el equilibrio al intentar tomar distancia y, en lugar de separarse hacia el lado libre la sensación era de que hacía lo contrario. Si bebía algo, procuraba coger la copa o el vaso con la mano derecha y en las comidas evitaba las sopas y las cremas, y todo aquello que por su inconsistencia debiera ser tomado con cuchara.
  "Traté de borrar con lágrimas y oraciones aquel tropel de imágenes y sonidos que mi memoria arrojaba contra mí, pero entre súplica y súplica, el feo rostro de mi iniquidad continuaba asomándose a mi espíritu". 
  Sufría. Ante extraños P. intentaba salir con  mayor vigor para así presentarse él mismo. Y lo hacía cada vez más a menudo. En una ocasión, en la presentación de un proyecto laboral, ante el público, casi lo consiguió: intentó eclipsar a JR, impostó la voz, suave, baja, afónica, luchó hasta el paroxismo por salir y situarse en el espacio que, en el atril, ocupaba JR hasta el punto que éste afirma, rotundamente, que de haber estado entre el público sentado habría visto cómo la cara se le trasfiguraba en la cara de P. Sufría, JR sufría.
  Sufría él y sufrían los suyos. Los veía preocuparse disimuladamente por él, y él hacía como si nada ocurriera, como si todo fuera normal y P. no existiera. Había optado por no explicarles esas nuevas sensaciones que, poco a poco, le iban dominando; si lo hacía, veía reflejada en sus ojos la tristeza y el miedo a un mañana gris. A veces, ese mismo silencio por ambos lados era la causa de desaveniencias y crisis que podían durar días. JR sufría no tanto por él como por L., le dolía pensar que, tal vez, con el paso de los años, L. podría padecer la visita de mister P. No quería que le odiara por ello, por dejarle esa herencia genética, no quería que le odiara como hacía él con su pasado familiar: maldecía la herencia recibida, tanto materna como paterna (por suerte aún no había una Sra. N.), y veía el grado de degeneración que la edad producía y que, de buen seguro, a él le llegaría mucho antes. Sufría. Y L sufría, a su manera, quedamente, pero sufría. Y M. también sufría, aunque JR le reprochaba silenciosamente que no se lo demostrara más  a menudo. Pero JR no era consciente de que ambas lo guardaban en su interior, de que el sufrimieento que sentían lo reservaban para sí mismas; y por ese intencionado silencio, a JR le parecía que se olvidaban de él, que, al fin y al cabo, tampoco era para tanto, que ya vendría con el tiempo lo peor. Pero sí, M. también sufría... y lloraba.

  "Sería inútil prolongar esta desscripción y me falta tiempo para hacerlo. Sólo diré que nadie ha sufrido tormentos tales, y con eso basta. Y, sin embargo, el hábito de sufrir me ha valido, si no un alivio, sí al menos un relativo encallecimiento del espíritu, cierta aquiescencia a la desesperación".

Epílogo

  La última vez que ví a JR parecía más acomodado a su nueva situación . Me costó reconocerlo.Venía hacia mí, andando lentamente. No iba con la mano en el bolsillo, sino que ésta cimbreaba visiblemente a cada paso, mientras el brazo le caía inmovil y casi pegado al cuerpo. Su rostro era casi inexpresivo, con una ligera asimetría, antes no visible. Nos saludamos, aunque aún hoy pienso que no me reconoció del todo, y al hacerlo pude percibir un ligero temblor en su pierna izquierda.  Mientras hablábamos de cómo nos iban las cosas, varias veces me pareció que surgía sutilmente P. trasnformando la voz de JR y sacudiendo imperceptible todo su cuerpo. Parecía tener problemas de memoria, le costaba encontrar algunas palabras. Bromeaba, incluso sobre su alter ego, P., y decía haberse "conformado, ¡qué remedio!" (fueron sus palabras) y que, a veces, incluso hablaba con P. Me pareció que se emocionaba al explicarlo, pero no ví en él signos de desesperación ni indicios de estar deprimido; él mismo me confesó que vivía sabiéndo que esa situación llegaría algún día. Nos despedimos con un abrazo y quedamos para vernos de nuevo, más adelante, ellos, JR y P., y yo. Tal vez sea así, o tal vez me encuentre solamente con P.

 

 

 

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