Explorando lo incomprensible
Moluscos gasterópodos a extinguir
Existe un curioso fenómeno que se repite, por lo menos así me lo parece, con bastante asiduidad, y es el siguiente: ante cualquier intento por mejorar la situación dada, por mejorar ese comportamiento inmovilista presente en nuestras unidades que se incrusta en ellas hasta el punto de mimetizarse y desaparecer por volverse cotidiano, comportamiento que recuerda el de esos moluscos gasterópodos que encontramos en las rocas de las playas y que llamamos "lapas" y que tanto trabajo nos cuesta separar de su entorno, ante cualquier intento de mejora, decía, de esa situación vemos cómo se rebela ante nosotros la dureza de algunos de los sujetos que forman parte de ella, así como la dureza del entorno. Ese entorno es en sí mismo, como lo diría, incómodo, perturbador, algo hay en él que hace que no tengas ganas de permanecer ahí más de dos minutos; es un espacio inhóspito dónde la gente se mueve como si una losa a sus espaldas le obligara a arrastrar el paso, encorvar la espalda y subir los hombros, y si la mirada de esos sujetos se cruza con la tuya sientes rechazo e incluso culpabilidad, pero ¿de qué? Y cuanto más insistes en intentar penetrar en esa dureza intrínseca con periódicas oleadas recordatorias de conocimiento y evidencias, más se instala la cerrazón y una miopía de progreso que provocan, a su vez, una presbicia de lo inmediato, una presbicia de los efectos negativos e inmanentes de sus propias acciones.
Ese fenómeno adopta, en fin, características semejantes a las del oleaje que se obstina en romper sobre las rocas en su intento por penetrar en ellas consiguiéndo, tan solo, que se aferre en ellas la vida existente ahí. La dureza de las rocas, la dureza del ambiente, produce seres impenetrables, de una dureza ciega, mimética e inamovible, de una dureza capaz de contagiar su incomunicación y su rechazo a los otros y al propio entorno, de contaminarse mútuamente en un feedback difícil de romper.
Sólo en contadas ocasiones, cuando logramos contener ese oleaje convirtiéndonos en olas conciliadoras que, aún sabiendo de lo inhóspito del entorno, se esfuerzan en abrazarlo para penetrar en su dureza, sólo entonces conseguimos levemente una mínima aceptación, aunque condescendiente y transitoria, de esos escasos pero duros seres. Somos los del otro lado, los que venimos de fuera, los que hemos perdido la visión y el sentir de los de tierra adentro, los olvidadizos de vidas anteriores. Así nos ven y así somos tratados...
En algún lugar leía, hace unos días, la de poblados que estan nuestros hospitales de profesionales cuyas idas y venidas los hacen vagar tal que "walking dead", zombies preocupados por intereses exlcusivamente personales. No, no son muertos, profesionalmente hablando, que han vuelto a la vida... laboral. No. Algunas características los asemejan, eso sí: buena vista y excelente oído que utilizan para fines propios, es evidente; una inteligencia guiada por instintos; escasas habilidades comunicativas y sociales, tolerando sólo a quienes son como ellos; y una sola motivación, "alimentarse","yo vengo, hago mis horas... y a cobrar a fin de mes".
La tradición popular relaciona este término con la magia negra y los chamanes; así, mediante ritos de vudú, éstos serían capaces de devolver a la vida a cadáveres que, privados de su inteligencia y raciocinio, se convertirían en sus escavos y obedecerían sus órdenes. ¡Qué lejos estamos aún de Mary Shelley!
[Chamanes que mediante vudú resucitan muertos para esclavizarlos... mmmhhh, ¿no estaremos ante la esclavización de profesionales de la enfermería por chamanes-gestores-pseudolíderes los cuales, mediante sus ritos iniciáticos-colegiaciones-estrategias organizativas, tan sólo buscan quién cumplan sus órdenes?]
Sea como fuera, si zombies o moluscos gasterópodos, hemos de preguntarnos el por qué surgen estos estereoitpos en nuestros hospitales, de dónde provienen y cómo se han hecho fuertes en nuestra sanidad, pública o privada, que en ambas están.
Es fácil encontrar un culpable. La Universidad decimos, es ahí dónde se deberían detectar estos personajes, es ahí dónde hay un vacío formativo, dónde se ha olvidado el carácter humanístico de nuestra profesión para dirigir el foco de atención justamente a "profesionalizar la profesión". Y otros apuntan a nuestra decadente sociedad, la verdadera culpable de que se haya volatilizado el interés humanístico por las cosas, de la banalización de la cultura, del sucumbir ante la tecnología fría y estèril. Lo que está claro es que ante un entorno des-humanizado, des-interesado, des-motivado, lo único que podemos encontrar, cada vez en mayor número, son seres des-humanizados, des-interesados y des-motivados.
*Esta entrada comenzó hace bastantes días ya. La motivación inicial la ha ido cambiando el tiempo en su transcurrir. El inicio estaba claro, no así su desenlace. Pretendía hacer un boceto de una situación determinada de partida para ir dibujando más claramente mi reflexión sobre los nuevos modelos organizativos en enfermería. No ha podido ser; mi dispersión aumenta, lentamente, cada día y Pk insiste en desconcentrarme. Intentaré retomar el tema en otra ocasión.
No obstante, algo llama poderosamente mi atención en esta entrada o, mejor dicho, anti-entrada: ¿por qué es tan sencillo hablar de nuestros defectos y nos cuesta tanto hablar de nuestros aciertos?
Ese fenómeno adopta, en fin, características semejantes a las del oleaje que se obstina en romper sobre las rocas en su intento por penetrar en ellas consiguiéndo, tan solo, que se aferre en ellas la vida existente ahí. La dureza de las rocas, la dureza del ambiente, produce seres impenetrables, de una dureza ciega, mimética e inamovible, de una dureza capaz de contagiar su incomunicación y su rechazo a los otros y al propio entorno, de contaminarse mútuamente en un feedback difícil de romper.
Sólo en contadas ocasiones, cuando logramos contener ese oleaje convirtiéndonos en olas conciliadoras que, aún sabiendo de lo inhóspito del entorno, se esfuerzan en abrazarlo para penetrar en su dureza, sólo entonces conseguimos levemente una mínima aceptación, aunque condescendiente y transitoria, de esos escasos pero duros seres. Somos los del otro lado, los que venimos de fuera, los que hemos perdido la visión y el sentir de los de tierra adentro, los olvidadizos de vidas anteriores. Así nos ven y así somos tratados...
En algún lugar leía, hace unos días, la de poblados que estan nuestros hospitales de profesionales cuyas idas y venidas los hacen vagar tal que "walking dead", zombies preocupados por intereses exlcusivamente personales. No, no son muertos, profesionalmente hablando, que han vuelto a la vida... laboral. No. Algunas características los asemejan, eso sí: buena vista y excelente oído que utilizan para fines propios, es evidente; una inteligencia guiada por instintos;
La tradición popular relaciona este término con la magia negra y los chamanes; así, mediante ritos de vudú, éstos serían capaces de devolver a la vida a cadáveres que, privados de su inteligencia y raciocinio, se convertirían en sus escavos y obedecerían sus órdenes. ¡Qué lejos estamos aún de Mary Shelley!
[Chamanes que mediante vudú resucitan muertos para esclavizarlos... mmmhhh, ¿no estaremos ante la esclavización de profesionales de la enfermería por chamanes-gestores-pseudolíderes los cuales, mediante sus ritos iniciáticos-colegiaciones-estrategias organizativas, tan sólo buscan quién cumplan sus órdenes?]
Sea como fuera, si zombies o moluscos gasterópodos, hemos de preguntarnos el por qué surgen estos estereoitpos en nuestros hospitales, de dónde provienen y cómo se han hecho fuertes en nuestra sanidad, pública o privada, que en ambas están.
Es fácil encontrar un culpable. La Universidad decimos, es ahí dónde se deberían detectar estos personajes, es ahí dónde hay un vacío formativo, dónde se ha olvidado el carácter humanístico de nuestra profesión para dirigir el foco de atención justamente a "profesionalizar la profesión". Y otros apuntan a nuestra decadente sociedad, la verdadera culpable de que se haya volatilizado el interés humanístico por las cosas, de la banalización de la cultura, del sucumbir ante la tecnología fría y estèril. Lo que está claro es que ante un entorno des-humanizado, des-interesado, des-motivado, lo único que podemos encontrar, cada vez en mayor número, son seres des-humanizados, des-interesados y des-motivados.
- Entorno des-humanizado. Condiciones laborales límites, ratios desbordadas, mayor exigencia de resultados... factores todos ellos que hacen que la enfermera sucumba ante la realidad y olvide el significado de su profesión, des-humanizándose a su vez. ¿Preocupados, tal vez más, por las nuevas tecnologías que en cierta manera hemos olvidado la verdadera "técnica" de nuestra profesión?
- Entorno des-interesado. Desinteresado de quienes componen parte de ese mismo entorno, las enfermeras, pero no de sí mismo. Y me estoy refiriendo a los Colegios, a los Sindicatos, a las Gerencias. ¿En pos de quién actúan? ¿Siguiendo qué intereses? No hace falta buscar mucho para encontrar ejemplos, y no me repetiré habiendo quien lo ha expuesto de forma tan acertada anteriormente (sólo un ejemplo, puesto que la nómina es larga...)
- Entorno des-motivado. Nada indica que debamos implicarnos más en nuestro día a día, cuando es el propio entorno el que se vuelve ciego ante quién lo ocupa. Poco importa si una enfermera es una "buena" enfermera o no, se la medirá con el mismo rasero que a las demás o, aún peor, se le exigirá que siempre esté a ese nivel máximo.¿Participación, investigación, formación?, no son términos de uso común en entornos áridos. No hay contraprestaciones, ni tiene por qué haberlas, es cierto. Pero, quién no agradece que le digan, de vez en cuando, que ha hecho un buen trabajo...
*Esta entrada comenzó hace bastantes días ya. La motivación inicial la ha ido cambiando el tiempo en su transcurrir. El inicio estaba claro, no así su desenlace. Pretendía hacer un boceto de una situación determinada de partida para ir dibujando más claramente mi reflexión sobre los nuevos modelos organizativos en enfermería. No ha podido ser; mi dispersión aumenta, lentamente, cada día y Pk insiste en desconcentrarme. Intentaré retomar el tema en otra ocasión.
No obstante, algo llama poderosamente mi atención en esta entrada o, mejor dicho, anti-entrada: ¿por qué es tan sencillo hablar de nuestros defectos y nos cuesta tanto hablar de nuestros aciertos?