El planeta de los seres ejercitantes
La larga espera de la lectura
Hay días grises, y no en el cielo, como hoy, días grises que producen en mí la inquietante necesidad de repasar, con la mirada y con el tacto, los libros que, como naipes es su caja, esperan en esas dos insuficientes estanterías a que el azar de mi mano los abra y los comience a escribir con mi lectura. Como hoy. Repaso una y otra vez, lentamente, los títulos y los autores de esos libros que adquirí en la fecha que, tal vez aquél día o días más tarde, anoté en el ex libris. No consta el lugar de dónde provienen, solo mi recuerdo es capaz de decir, de cada uno de ellos, su lugar de origen. La Central, Laie, La Calders, el Mercat de Sant Antoni, Perutxo, Lello & Irmão, són sólo alguno de ellos. Perec, Goethe, Roth, Vila-Matas, Klemperer, Marai... cada uno en su alfabético lugar, esperando en silencio poder hablar.
Siempre he tenido la convicción de que, cuando nadie importuna su espera, conversan entre ellos, no ya las obras sino sus hacedores, y que lo que un día leeré al abrir uno de esos libros serán tanto las palabras de su autor como las de aquellos que en orden precedente o posterior lo acompañan. ¿Cómo entender si no que coincidan Kertész y Klemperer, Döblin y Doderer, Piglia y Pitol, Walser y Wassermann? Y aquellos otros como Saramago y Sartre, Fallada y Ferreira, Goethe y Gombrowicz, ¿qué contrapuestas ideas surgirán de sus conversaciones? ¿Llegarán a coincidir? ¿Permutarán ideas, creencias, experiencias? Dudo, cuando abro alguno de esos libros, de que lo que en él está escrito sea lo mismo que contenía la noche antes de iniciar la larga espera de la lectura. Y si lo vuelvo a cerrar sin terminarlo, forzándolo a una segunda espera, quién sabe si más corta o más larga, sigo dudando si se mantendrá inmutable o si un nuevo diálogo entre colindantes lo volverá a modificar. Lo cierto es que eso ocurre ya cuando hacemos una relectura de alguno de los libros leídos con anterioridad, no es el mismo libro, eso que leemos hoy no es lo que leímos ayer, ha cambiado, hemos provocado su cambio, la larga espera de la lectura lo ha cambiado.
Són casi 170 los que esperan ser reescritos. ¿Bibliofilia?, tal vez. Pero soy feliz cuando los veo, sabiendo que un día los leeré, los escribiré y, tal vez más adelante, los podré volver a reescribir, descubriendo ideas nuevas de nuevas conversaciones colindantes.
Sólo hay uno entre todos ellos del que quizás no llegaré a saber nunca cuál es su contenido, uno solo que se mantendrá ágrafo de mi lectura, uno solo del que temo pasar una sola de sus páginas. Es un bello libro, según dicen, de bello título invariable, Entre los bosques y el agua de Patrick Leigh Fermor. Y su no lectura se la debo a Jacinto Antón, periodista y crítico literario de Babelia - El País, que en el 2007 hizo la siguiente reseña, provocándome la búsqueda incesante e infructuosa de dicha obra:
"Paddy Leigh Fermor (1915) emprendió en 1933, siendo aún un arrogante aunque muy leído muchacho, un viaje a pie que había de llevarle a través de Europa hasta Constantinopla. Vio cosas maravillosas y conoció a gente insólita de un mundo que desaparecería poco después en un apocalipsis del que él mismo emergería como héroe. Años después convirtió aquel viaje iniciático en el que descubrió el arte, la vida y el amor en dos libros arrebatadores surgidos de la dorada alquimia del recuerdo y labrados con la prosa de un orfebre de las palabras. Entre los bosques y el agua (Península) es el segundo, el más bello, en el que recorre Hungría y Transilvania, viajando con cíngaros y nobles, pernoctando en castillos y pajares, intimando con campesinos y húsares. Un libro que nadie debería tener la desgracia de morir sin haberlo leído."
No lo conseguí. Pero sí encontré el primero de los dos libros, El tiempo de los regalos, en la librería anticuaria Brontë de Murcia. ¡Bello, muy bello! Pero aquél segundo libro no aparecía y yo quería tenerlo, ¡no quería tener la desgracia de morir sin haberlo leído!
No fue hasta el 2011 que pude tenerlo y, además, ambas obras en un solo volumen, gracias a la reedición que hizo RBA en su colección Narrativas. ¡Por fin! ¡Lo había conseguido! Ya podía dejar en reposo, largamente, indefinidamente, Entre los bosques y el agua. No, no lo iba a leer, no por ahora, no iba a seguir el consejo de J. Antón. Deseaba tenerlo para que no me ocurriera la predicción del crítico, "morir sin haberlo leído". Pero ¿qué ocurriría si lo hacía, si lo leía? ¿Podría seguir después leyendo y descubriendo nuevas bellezas o, en consecuencia, la literatura no tendría ya nada qué decir y sería indiferente si llegaba la hora de morir? No, no lo iba a leer, no quería saber antes de tiempo que todo lo otro escrito ya no tendría importancia y que, por lo tanto, podría irme tranquilo. No, iba a dejarlo reposar, a dejarlo conversar con otras obras en la estantería de la espera. ¿Hasta cuándo?, no lo sabía, no lo sabía entonces ni lo sé ahora. ¡Hay tanto por leer aún, tanto por vivir! Pero estoy seguro de que ese momento llegará, tal vez un día como hoy, un día gris, el momento en el que seré consciente de que ya es llegada la hora de abrir las páginas del libro y empezar a escribir la última de las bellezas de este mundo. Hasta entonces, él y yo esperamos.