domingo, 5 de marzo de 2017

Explorando Lo Incomprensible

Las tres acusaciones


  Nuestra historia se sitúa unos 500 años antes de que Cayo Julio César cruzara el Rubicón,. Hay quien señala esa hazaña y la incertidumbre que vivió César antes de ejecutarla como un fiel reflejo de nuestra situación actual. Pero en ese relato se olvida un detalle y es aquello que motivó que, finalmente, Julio César diera un paso adelante. Leamos las palabras de Suetonio:
" Cuando permanecía vacilando, un prodigio le decidió. Un hombre de talla y hermosura notables, apareció sentado de pronto, a corta distancia de él, tocando la flauta. Además de los pastores, soldados de los puestos inmediatos, y entre ellos trompetas, acudieron a escucharle; arrebatando entonces a uno la trompeta, encaminóse hacia el río, y arrancando vibrantes sonidos del instrumento, llegó a la otra orilla. Entonces César dijo: -Marcharemos a donde nos llaman los signos de los dioses y la iniquidad de los enemigos. Jacta ela est." Suetonio. Los doce césares. Cayo Julio César, cap. XXXII.

  Pensad lo que queráis pero no creo que la vacilación e incertidumbre de las enfermeras, hoy en día, desaparezca por la necesaria presencia de alguien como Julio César cuya acción requiere el empuje de un "prodigio" para así tomar una decisión. Ni Julio César ni un William Wallace. Pero me he desviado de la historia que quería contar, aunque finalmente retomaré este tema (siento el spoiler).



 
Situémonos entonces en el 469 antes de Cristo y en el demos de Alópece, perteneciente a Atenas. Estamos pues en Grecia, en la Grecia clásica y en la época de la Tercera Guerra Médica, momento en el que Temístocles (arconte, gobernante, de Atenas desde el año 493 a. C.) es condenado al ostracismo, al destierro, a pesar de haber vencido a los persas, en el 480 a. C., en la famosa batalla de Salamina. Una Atenas convulsa, en guerra constante, una Atenas que ve peligrar su hegemonía a manos de los persas y que en la segunda mitad de siglo se convertirá en la mejor de las polis, en la ciudad de la unidad y la solidaridad, en la Atenas de Pericles.
 
En ese ambiente convulso aparece nuestro personaje que, según W. Jaeger, "es una de esas figuras imperecederas de la historia que se han convertido en símbolos". Sócrates, de quien sabemos lo que sabemos más por las palabras de otros que por las suyas propias. Hijo de Sofronisco y de Fenareta, picapedrero-escultor el primero y comadrona la segunda, solía ironizar sobre él mismo y sus orígenes diciendo que, "aunque en cierto modo seguia el oficio de su padre escultor, en cuanto formaba hombres, todavía más seguía el oficio de su madre comadrona, en cuanto ayudaba a las mentes a dar a luz sus ocultas ideas, sin poner nada por su parte, sólo ayudando a obrar a la naturaleza". Poco sabemos de él  fuera de lo que nos relata Platón en sus Diálogos y algún que otro autor de la época, y siempre relacionado con su etapa de madurez, cuando tenía ya 50 años. Casado y con tres hijos, no parece que las responsabilidades familiares para con su mujer Xantipa y sus hijos Lamprocles, Sofronisco y Menexeno fueran su fuerte. De vida austera, de presencia desagradable tanto por su desaliño y pobreza en el vestir como por su contrastada fealdad, descuidado en la vida práctica pero disfrutando de la amistad honesta de sus amigos aristócratas, Sócrates se convierte, después de participar como hoplita, soldado de a pie, en tres campañas de las Guerras el Peloponeso, en una figura  de prestigio intelectual en la Atenas  del 429 a. C., tal vez gracias a su heroicidad mostrada al salvar a Alcibíades, discípulo suyo entonces, político influyente años más tarde, de morir en la batalla de Potidea.
 
Demos un salto, un gran salto en el tiempo, y situémonos en el año 399. Sócrates está frente a Menetos, Anitos y Licon y 500 miembros de la heleia, tribunal popular. Se le está juzgando, no por sus inclinaciones políticas, por su vinculación con el régimen aristocrático de los Treinta Tiranos, puesto que se decretó una amnistía política que lo dejó libre de toda culpabilidad; se le acusaba de impío, de negar a los dioses de la polis  y de introducir deidades nuevas y, por tanto,  de corromper a la juventud. Así nos lo cuenta Platón en su "Apología de Sócrates".
 
Y son esas 3 acusaciones  y sus correspondientes refutaciones a través de los argumentos socráticos el nexo de unión con nuestra profesión y, a la vez, lo que nos diferencia con aquella supuesta hazaña de un tal Cayo Julio César.
 
Tal vez sea cierto que hoy enfermería se encuentra ante la disyuntiva de si cruzar sus múltiples rubicones o mantenerse en los límites acomodaticios de lo cotidiano. Pero lejos de necesitar una figura líder, "una enfermera loca y descerebrada", que actúe no por convicción sino por la azarosa presencia de una señal prodigiosa, espolea de decisión, lo que nuestra enfermería necesita es "ser acusada" de los mismos motivos que imputaron a Sócrates y hacer uso de su misma argumentación en su apología-defensa, a saber:
  1. Debemos "ser acusados" de impiedad, de negar nuestros dioses particulares. Debemos romper definitivamente con la instrumentalización de nuestros dioses profesionales con fines políticos o manipuladores, con el clasicismo de los presupuestos fundacionales, con el maniqueísmo corporativista que cierra la puerta a un ver más allá de nuestros propios límites. Alguien dijo que "deberíamos atrevernos a quemar definitivamente a la Florence" y tal vez sea ese el sentido.
  2. Debemos "ser acusados" de corromper a la juventud. Sócrates lejos de ser visto como un conservador, se convirtió en "el líder de los innovadores". Afirmó no tener discípulos ni alumnos, sino compañeros; no se declaró maestro sino transmisor de lo poco que sabía. "Yo nunca he sido maestro de nadie, pero si alguien, joven o anciano, que cuando hablo o ejerzo mi profesión desea escucharme, jamás se lo he impedido", dirá en la Apología. La única corrupción era la incitación a una virtud particular que diera lugar a la areté, a la verdad, una incitación al arte de la crítica social y política que mostrar a la luz la verdad de las cosas. Y esa debe ser también nuestra culpa, la de incitar a la crítica de nuestra profesión para romper los múltiples velos que ocultan la verdad. Una incitación que debemos llevar a cabo en la "juventud". No nos limitemos a enseñarles sin más unas actividades que, lejos de ser propias y autónomas, nos constriñen y ocultan; practiquemos el diálogo socrático, incitemos a que sean ellos los que encuentren las respuestas. No se trata de dar modelos de virtud sino de ayudar a la búsqueda de la virtud, de ayudar a dar a luz, de alumbrar (mayéutica socrática). Y todo ello mediante el diálogo: "Dialéctica es simplemente saber preguntar y responder", Crátilo, de Platón. Dialogar con nuestros compañeros es fundamental en el proceso del conocimiento. No debe existir la imposición sino el desvelamiento de los conocimientos a semejanza de la dialéctica socrática.
  3. Debemos "ser acusados" de introduir nuevas deidades. La nueva deidad socrática era un daimon  personal, su voz interior, su conciencia. Para nosotros nuestra "nueva" deidad (y el entrecomillado no es casual) es nuestra conciencia ética, distinta de los rígidos presupuestos morales. Actuamos siguiendo unos preceptos morales, pero nuestra verdadera esencia es ser éticos, tener una conducta ética, en ocasiones una conducta en contradicción con las reglas morales. Ser éticos no porque cumplimos con nuestro deber sino porque nuestra conducta se adapta a las necesidades, al sufrimiento, de los demás. Otras deidades, impensables en esa Grecia clásica, serán introducidas hoy, y son todas aquellas que tienen que ver con la comunicación y la transmisión de información y de conocimiento. No cabe decir más.


Seamos pues "acusados", seamos socráticos, mayéuticos antes que cesáreos. Ayudemos a dar a la luz antes que a ejercitar la fuerza, antes que a obligar a mostrar. Por unos profesionales socráticos antes que un líder como César.






2 comentarios:

  1. Como te he dicho en Twitter, tu entrada es infinitamente mejor que la mía. Y estoy totalmente de acuerdo contigo... soy mas socrático que cesáreo. En ese sentido iba nuestro Akelarre (que mencionas).

    Pero la carne es débil y el espectáculo en torno al tema de la prescripción me hace dudar en si no sería mejor el camino corto y violento que supone la metáfora cesarina.

    Un abrazo enorme

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  2. Una Magnífica entrada Jaume; en efecto debemos "acusarnos" y responder... y ayudar a los demas a que comprendan las acusaciones y las respuestas pues será la forma de conseguir algo estable a medio y largo plazo.

    Salud.

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